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Falleció el ex jefe de policía de Santiago del Estero que hizo rendir al Malevo Ferreyra en 1994

El comisario general retirado Armando Elpidio Abdala (75) encabezó hace 30 años las tensas negociaciones para lograr que el comisario tucumano Oscar Mario “Malevo” Ferreyra depusiera sus armas

  • 29/03/2024 • 05:58
El exjefe de policía Abdala junto a «Malevo» Ferreyra, ya detenido en la comisaría 40 de Termas.

Falleció anteayer el ex jefe de la policía de Santiago del Estero, comisario general retirado Armando Elpidio Abdala (79) quien encabezó hace 30 años las tensas negociaciones para lograr que el comisario tucumano Oscar Mario “Malevo” Ferreyra depusiera sus armas, tras una extenuante jornada en la que se tiroteó con policías y amenazó con estallar una granada.

Abdala ya había estado al frente de la fuerza cuando como segundo jefe debió afrontar ni más ni menos que el Santiagueñazo de diciembre de 1993, estallido social en que ordenó cesar la represión y evitar muertes.

La intervención federal de Juan Schiaretti, a través de Andrés Antonietti, el jefe de la seguridad presidencial de Carlos Menem, lo designó al frente de la policía de la provincia.

El 3 de marzo de 1994 volvería a estar a la cabeza de una crisis que enfrentó a las autoridades de Santiago del Estero y Tucumán, mientras suscitaba la atención de toda la prensa del país.

Abdala ya conocía al Malevo. El 1 de enero de 1977 fue designado como jefe de Termas de Río Hondo. “Al poco tiempo llegó a la comisaría y yo ya lo conocía por referencias al entonces oficial Ferreyra. Se presentó en algunas oportunidades cuando perseguía a maleantes de envergadura y yo le colaboraba con personal de la brigada interna de Investigaciones. Alguna vez almorzamos juntos”.

Luego Abdala fue trasladado a otros destinos, unos 23 en toda su carrera, según estima. Cuando pasó de jefe de policía interino y se convirtió en titular, volverían a encontrarse con El Malevo, pero en una situación dramática.

El exjefe de policía Abdala junto a «Malevo» Ferreyra, ya detenido en la comisaría 40 de Termas.

ALARMA EN LA MADRUGADA

En ese entonces Abdala tenía la portátil 53 a su lado todo el día para enterarse y cerca de las 4 de la mañana del 3 de marzo de 1994 sonó la alarma:

“Policías tucumanos habían invadido el departamento Río Hondo y pasaron por Vinará hasta Zorro Muerto, en la margen izquierda del río Dulce. Un lugar casi impenetrable donde se encontraba Ferreyra”, rememoró.

En Tucumán había sido condenado en noviembre de 1993 por el triple homicidio de José «Coco» Menéndez, Hugo «Yegua Verde» Vera y Ricardo «El Pelao» Andrada, quienes pertenecían a la peligrosa banda de “Los Gardelitos”. Los tres fueron asesinados en la Laguna de Robles, dos años antes.

El “Malevo” había continuado activo después de haber servido bajo las órdenes de Antonio Domingo Bussi, durante el Operativo Independencia y la Dictadura. Fue acusado de ejecuciones sumarias pero hasta entonces había logrado eludir condenas. Llegó a comisario mayor y encabezó una protesta policial contra el gobernador José Domato, con lo cual se ganó el respeto de la fuerza.

Pero su suerte cambió con la llegada al gobierno de José “Palito” Ortega, delfín de Menem, en cuya gestión fue condenado. Y huyó de tribunales de forma espectacular con una granada en la mano. Estuvo 79 días prófugo hasta que fue detectado en Santiago del Estero.

 

“Había venido a los abuelos de María de los Ángeles Núñez, una bonita chica rubia de 16 años que era su novia y que estaba embarazada. A unos 200 metros de la casa, debajo de unos añosos talas y algarrobos hizo un búnker: tenía un catre de campaña, equipo de radio, ametralladora, una granada IM5 de fabricación española. Y pareciera que de noche únicamente iba a comer a la casa”, recordó Abdala.

 

“Lo habría entregado un suboficial de la zona limítrofe de Salta y Tucumán, al que no sé si le habrían ofrecido dinero, por lo que entonces vinieron los tucumanos para liquidarlo”, indicó.

En ese tiempo Termas tenía como jefe al comisario Enrique Assad quien lo esperó para guiarlo junto con varios piquetes de Infantería y Grupo Especial (Getoar) “porque había una invasión territorial por parte de los tucumanos y que la mano venía brava”.

 

Los tucumanos habían rodeado la guarida del Malevo e intentaron capturarlo. Uno de ellos le disparó por la espalda con tanta suerte que la bala rebotó en omóplato y salió causándole una herida superficial, pero que sangraba. Ferreyra devolvió la agresión e hirió a un policía en los glúteos.

 

“Tenía instrucciones precisas del brigadier Antonietti de que a nadie lo entregue y que lo detuviera sin ningún rasguño. Llegamos a Vinará y entramos por unos caminos intransitables hasta el lugar, donde estaban en pleno tiroteo, que se escuchaban a lo lejos y nos guiaron”, recordó Abdala.

El arsenal que tenía Ferreyra en su refugio en el monte.

COMIENZA UNA AGOTADORA NEGOCIACIÓN

Cuando Abadala llegó a Zorro Muerto tomó un megáfono y comenzó a exigir el alto al fuego a los tucumanos, pero también buscaba que lo escuchara y reconociera Ferreyra, que estaba oculto.

 

“La situación estaba bastante tensa y empecé a negociar. Él me reconoció, pero estaba muy nervioso y quería suicidarse, mientras yo le rogaba que no cometiera ninguna locura”, afirmó.

 

Abdala apeló a la persuasión para que desistiera: “lo hice de corazón, como un buen cristiano, para que hubiera más heridos ni muertos. Él no quería que lo llevaran a Tucumán, que preso no se entregaría porque decía que lo iban a matar en la cárcel de Villa Urquiza”.

 

“Yo le decía que no lo iba a entregar a los tucumanos –memoró- porque ya tenía un asidero legal: iniciaría actuaciones por homicidio en grado de tentativa (por el agente que había baleado) para retenerlo aquí hasta que llegara la extradición y pudiera justificar, sin que hubiera conflictos de jurisdicción ni competencia. Pero lo mismo no quería saber nada”.

Mientras tanto el desértico paraje de Zorro Muerto se convirtió en epicentro de una noticia nacional, con una movilización de la prensa, con la policía de dos provincias que pujaba por El Malevo, bajo el intenso calor de ese páramo casi desierto, donde era una proeza encontrar agua y alimento.

 

A Abdala se le ocurrió una treta y le pidió al médico de policía que lo acompañaba que consiguiera una caja de psicotrópicos Rohypnol y lo diluyera en una gaseosa Fanta pomelo como para “dormir a un elefante”.

 

“Yo le alcancé la botella porque El Malevo pedía agua y me dijo que la probara el primer trago. Mi respuesta inmediata fue ‘no tengo sed’, pero se dio cuenta que algo había”, evocó.

 

LA LLEGADA DE PALITO ORTEGA

Entonces la calma se vio alterada por un helicóptero del gobierno tucumano que aterrizó en medio de un enorme polvaderal. De la aeronave descendió el gobernador “Palito” Ortega y el ministro de gobierno José Ricardo Falú.

 

También estaba el jefe de policía Víctor Rubén Lazarte, “quien de subcomisario fue ascendido a comisario general con tal de que atrapara a Ferreyra”, precisó Abdala.

El exgobernador Ortega flanqueado por su ministro Falú y su jefe de policía Lazarte.

Falú era quien pedía la cabeza de El Malevo, porque tenía motivos personales: un hermano había sido asesinado por Ferreyra, bajo las órdenes Bussi durante la Dictadura.

 

Vinieron decididos a invadir el territorio y dejar un cadáver –sentenció Abdala-. Cuando llegó el gobernador Ortega lo recibí un poco enérgico porque se trataba de una intromisión y le rogué que replegara su gente al menos hasta la zona limítrofe, sino los haría expulsar con la Guardia de Infantería y no quería llegar al enfrentamiento ni derramamiento de sangre. Le dije que se haría lo que correspondía y que lo entregaría a Tucumán vivo, aquí nadie mata a nadie”.

 

Hizo rodear el helicóptero con Infantería para que no se moviera y le advirtió a Ortega que había fuego cruzado y su vida estaba en peligro: “Me escuchó, porque no es fácil convencerlo a un gobernador que está con todo su poder, lo comprendo. Pero yo estaba en mi jurisdicción y en pleno ejercicio de mis funciones y a rajatabla debía cumplir lo que me ordenaban desde el ministerio del Interior de la Nación”.

 

Antonietti monitoreaba la negociación en el despacho del mismo Menem. Por su parte, el interventor Schiaretti apenas era informado de los hechos ya que quien en realidad se ocupaba de todo era el militar jefe de la seguridad presidencial, que tiempo antes había echado a Zulema Yoma de Olivos.

 

Ferreyra no lo dejaba aproximarse a Abdala a más de 4 metros, pero se descuidaba y el jefe de policía se aproximaba un poco más, aunque el asediado tenía una granada española potentísima, capaz de causar devastación a 30 metros a la redonda.

 

Cuando me acercaba, él sacaba la espoleta. Y se imagina, si abría la mano nomás se inmolaba él y moríamos todos. En varias oportunidades el juez y hasta el ministro de gobierno (Jorge Busti, luego gobernador de Entre Ríos) se tiraron cuerpo a tierra”, recordó entre risas.

 

Cuando llegó Ortega, El Malevo le pidió que lo acercara a Ortega: “Que vengan a detenerme el gobernador, el ministro y el subcomisario Lazarte, no jefe de policía, pero usted no venga. Me guiñó un ojo y me pidió que me acercara. En el acto presumí que en cuanto se aproximara el gobernador y su comitiva haría explotar la granada. A sabiendas no podía permitir esa situación catastrófica y entraríamos en conflicto con Tucumán, otra que mi Norte siempre fue preservar bienes y vidas”.

 

LA PACIENCIA SE AGOTA Y LLEGA LA ORDEN DE MATARLO

Las horas pasaban y ya avanzaba la tarde: si anochecía en ese paraje desolado el prófugo más buscado podría intentar huir. La paciencia ya se había agotado: “Realmente me dieron órdenes de que lo mate. Les dije al juez y al ministro que tomaran mi arma y lo mataran ellos, porque yo no lo haría”, aseveró Abdala.

 

En un descanso del intenso parlamento, a Abdala se le ocurrió un truco: “Ordené a dos policías que le apuntaran y me acerqué a María de los Ángeles y le dije que llorara a los gritos porque lo matarían. Yo le dije a él que esperaba ser padre, que conociera a su hijo, que desistiera. Levanté mis manos y le mostré que no tenía armas, que se viniera conmigo y lo llevaría a mi despacho a jefatura en Santiago, no a Tucumán”.

 

Él ahí intentó matarse, pero desistió. Largó el arma y se entregó. Ordené que nadie le pusiera esposas”, recordó. Fue trasladado en un Peugeot 505, con un chofer, mientras atrás viajaban Abdala, Ferreyra y su novia. Fueron a la comisaría 40 y allí se le iniciaron actuaciones por haber baleado a un policía tucumano.

Comenzó a congregarse una multitud en Termas de Río Hondo, sobre todo de tucumanos que habían llegado en su apoyo de El Malevo. Entonces debió ingeniárselas y envió un móvil policial para engañarlos y desviar su atención, mientras ellos seguían camino en el 505.

 

En la Ruta 9 se encontró con la caravana que acompañaba el auto con el falso Malevo y al llegar a Santiago le informaron que en la plaza Libertad, donde funcionaba la antigua Jefatura, había comenzado a congregarse una multitud. Por eso lo hizo ingresar por la parte posterior, sobre calle Pellegrini, que estaba desierta.

 

UN MES EN SANTIAGO

Ferreyra estuvo alojado cómodamente en el casino de oficiales durante casi un mes, donde recibía la visita de un hijo y almorzaba con Abdala y algunos pocos invitados.

 

“Una vez estaba el brigadier Antonietti y le dijo: ‘Oiga Ferreyra, y si yo era el que estaba al frente y le pedía que se entregara, ¿iba a hacer algo? Yo creo que iba a quedar el más valiente’, le contestó. Y se rieron. Era un hombre frío, pero la mente del ser humano es incalculable, infinita”, reflexionó.

 

Días después arribó una comisión tucumana con una fiscal a la cabeza para extraditarlo y cuando se dirigieron a la guardia de Infantería ordenó que le pusieran las esposas. “Le dije ‘disculpe, estamos en mi jurisdicción y las órdenes las doy yo. Con todo respeto, nadie le va a poner esposas. Lo mando con el subjefe de policía y una guardia de Infantería, espérenlo en el límite, en Yutu Yaco, y ahí espósenlo”.

“Fue una decisión mía porque en aquel entonces éramos autoridad en serio y nadie podía obligarme a ponerle cadenas, si el hombre estaba entregado y tranquilo no había necesidad. Era mi decisión y me hago cargo. Además había orden del presidente de la Nación y del ministerio del Interior para que se lo tratara bien, ningún daño le podían hacer por más que estuviera en la cárcel”, recordó.

El comisario general , Armando Elpidio Abdala falleció anteayer y sus últimos años resdió en la ciudad de La Banda, recibiendo sepultura en el cementerio Jardín del Sol.

 

Fuente: Eduardo Espeche ( Noti News) -Diario de Santiago